El mundo desde que Paula abrió la boca en el bar Aap
Capítulo 1
Paula hablaba. Estaba sentada en un sofá verde oliva, un tanto pardo, sintético y magullado por arañazos de vida. Ella estiraba su brazo derecho y este se prolongaba hasta sostener un recipiente de cristal con un líquido ocre semitransparente en su interior. Lo dejó caer sobre una superficie lisa de madera y nació una mesa, que comenzó a brillar en las zonas en las que había goteado la cerveza al aprovechar el golpe de Paula para intentar escapar. Algunos verían una mesa sucia, pero aquello era en realidad algo más, algo denso, capaz de atraer con su gravedad a las criaturas más revoltosas e inquietas y mantenerlas allí orbitando durante horas, un planeta. Un planeta que se había llenado de rocío a causa de la agitada conversación de los humanos a los que había conseguido atraer.
De fondo se escuchaba una música a la que decidí comenzar a prestar atención. Era una especie de jazz animado que me hizo hundirme más en el sillón hasta percatarme de que, al parecer, estaba sentado en un sillón. Mis ojos aprovecharon la inercia de aquellas corcheas para bailar con la excusa de la observación. El análisis comenzó por mis manos —Tengo que cortarme las uñas— y la textura aterciopelada que se dejaba ver entre los huecos de mis dedos. Un color pardo, pero no como el verde del sofá de Paula, un pardo más pardo y menos verde, un marrón. Comencé a mover la cabeza hacia mis costados para observar aquel mueble desde otros planos y me sorprendió una lámpara que había aterrizado a mi derecha y que era la razón por la cual podía ver con tanta claridad la cara de mi amiga.
La lámpara estaba sostenida por una mesilla de madera nada interesante. Estaba hecha de un metal sucio, pero que irradiaba historia, que bailoteaba hacia arriba, siguiendo el ritmo del jazz y formando dibujos bastante barrocos hasta llegar a unos tres decímetros de altura, donde germinaba una bombilla. A esta la escoltaba un cono de papel a medio hacer que arruinaba todo el esfuerzo que habían hecho sus compañeros de estructura en captar mi atención. Y allá arriba, posada sobre aquella aburrida cima, ignorando por completo al enorme sol que se ocultaba hundido en su cráter y al ornamentado metal que lo sostenía todo, había una criatura con alas que frotaba sus patas delanteras con decisión. Entonces se detuvo, como si se percatase de que aquel gigante la observaba. Me devolvió la mirada con sus mil ojos y despegó batiendo las alas a una velocidad que se burlaba de mis capacidades.
La seguí con la mirada mientras dejaba una estela de lucidez por todo el espacio que se atrevía a atravesar, dibujando un nuevo escenario en la oscuridad. Así, la mosca me descubrió la pared blanca (aunque no muy blanca, más bien un blanco sucio, un blanco de dientes) llena de siluetas de esqueletos de mono pintadas en negro. Algunos de los primates tenían alas de murciélago brotando a la altura de sus omóplatos. La pared se extendió hasta formar una línea vertical que marcaba la frontera entre dos dimensiones y entonces apareció la segunda pared haciendo esquina, también llena de esqueletos de mono. Luego la mosca se dirigió a la mitad de la habitación a medio crear y aterrizó en una superficie dorada y sucia. En un destello, el dorado comenzó a proliferar hacia distintas direcciones, imprimiendo una estructura vegetal —art déco, “O así lo llaman los bailarines de Bruselas no sé qué no sé cuántos”, dice Paula— que se enrollaba sobre sí misma y bailaba en varias direcciones. Bailaba mucho más osadamente que el metal de la lámpara en la que descubrí a la mosca. Se atrevía tanto, se atrevía tanto a dibujarlo todo, a llamar la atención, a subir y a bajar, a ir hacia direcciones para las cuales aún no había un nombre —Qué envidia—. Y luego, para rematar, cada uno de los tentáculos de aquel monstruo dorado terminaba por sostener una bombilla.
Yo me volví para contemplar con pena a la primera lámpara, la de la mesa fea, la del cono de papel, la que había escondida a la derecha de mi sillón. Ella me miró avergonzada, su cono se estrechó escondiendo más la bombilla y su luz se atenuó. Su portalámparas se enrolló sobre sí mismo, ocultando sus dibujos y menospreciando su propia historia. Y así, completamente acomplejada, aquella cosa se convirtió en inerte al ser incapaz de soportar los celos. Mis ojos regresaron a la ganadora de aquella batalla del ornamento, donde la mosca seguía posada —Inspirador—. Aquel pulpo de metal observaba toda la sala desde su núcleo, desde lo más alto, y su metal se atrevía con cualquier textura a pesar de ser el centro de las miradas. Quizás algún día yo podría bailar delante de todos. Me miré los pies.



Capítulo 2
Próximamente…